LA RIADA DE BADAJOZ EN 1876, (Segunda parte).

Esta segunda parte y no última, púes vendrán más datos en breve, son cogidos de una publicación de nuestro cronista Alberto Gonzalez Rodriguez; no suelo coger mucha información de él por distintas cuestiones y errores con respecto a la historia de Badajoz, aunque no cita a su autor en esta que yo llamo segunda parte ni a sus fuentes documentales como es muy habitual en él, con sólo la excepción de poner un (1) al final de primer párrafo al que hace referencia a Tomás Romero de Castilla, pero los siguientes párrafos son copiados de Miguel Pimentel y Donaire que lo publicó en El Magisterio Extremeño el 15 de diciembre de 1876 y que en mi tercera parte la pondré integra esta información.

José Antonio Hinchado Alba.


En 1876, de nuevo en la tradicional fecha fatídica del 7 de diciembre tuvo lugar otro espectacular desbordamiento del Guadiana, con magnitud y características semejante a las de 1823, llegando a pasar las aguas una vez más por encima de la calzada del puente. La riada la derribó en esta ocasión la muralla entre la Puerta de Palmas y la ermita de Pajaritos, causó destrozos en otras zonas y arrancó piedras y escudos en varias más, inundando el parque del Alameda el Campo de la Cruz, el ámbito de la puerta Nueva o de Carros, así como la calle del Río y otras adyacentes de esa zona. Por el lado de puerta Trinidad las aguas anegaron un igualmente amplios espacios y ocasionaron otros años. (1). 

La rotura y desbordamiento del puente de Palmas en la madrugada del 6 al 7 de diciembre de 1876, fue el hecho más espectacular, pero en absoluto el único, de la serie de siniestros provocados por la terrible crecida catastrófica del río Guadiana y los demás del entorno de Badajoz: Gévora, Rivillas y Calamón, cuyas embravecidas aguas desbordadas hasta límites increíbles, colocaron a la ciudad durante unos días, en situación extremadamente critica, agrabada por su aislamiento total. 

Los quince días precedentes de la gran avenida habían sido de ininterrumpidas lluvias torrenciales acompañadas de vientos huracanados. Las calles aparecían intransitables debido al enorme caudal de agua que por ellas discurría con fuerza, cubriéndolas por completo hasta la altura de las puertas de las casas, cuyos pisos bajos anegaba. Desde casi mediodía la oscuridad era completa por causa de la densidad de los negros nubarrones que cubrían el cielo. El vecindario permanecía aterrorizado en el interior de las casas, sin atreverse a salir a las calles, y la población aparecía solitaria y en silencio, temiendo el desenlace de una gran catástrofe.

El 6 de diciembre amaneció bajo el mismo persistente aguacero de las ultimas dos semanas, el Guadiana, Gévora, Rivillas y Calamón se habían desbordado en términos impensables, penetrando en la ciudad por las calles del Río, San Agustín, Atocha, Morales, Campo de la Cruz, Trinidad y de las Peñas, pasando ya también por los rastrillos de Puerta de Palmas. A partir de las tres de la tarde la elevación de las aguas era crítica. A las dos de la madrugada la corriente del Guadiana vertía ya hacía el interior de la población por encima de las murallas y baluartes del costado del río, inundando el cuartel de artillería de San Vicente y las casas del Campo de la Cruz y subiendo hasta alcanzar el convento de Santa Ana. Por el extremo contrario, las del Rivillas habían invadido hasta la mitad de la calle Trinidad. Muchos edificios empezaban a resentirse por la acometida de las aguas, y alguno se había desplomado ya.

Poco después de las tres de la madrugada se notó una convulsión anormal en las aguas que inundaban la ciudad, apreciándose que la progresión de la crecida se detenía de repente. A continuación se produjo un súbito descenso de su nivel. En ese momento el vecindario se estremeció, intuyendo que el Puente de Palmas, que en medio del río servía de freno a la corriente al obstaculizar su fluir, se había desplomado arrasado por la furia de la espantosa riada. Para aumentar más la situación, esa misma noche tuvo lugar un temblor de tierra. La concurrencia de los dos fenómenos ocasionó, además del hundimiento de numerosas viviendas, el resquebrajamiento de otras construcciones de mayor entidad. Entre estas últimas  resultaron afectados algunos bastiones de la fortificación, llegando a derrumbarse la casilla de los artilleros del baluarte de San Vicente, donde el agua llegó "casi al pie de los cañones montados" y a agrietarse las paredes de la capilla del hospital militar. 

A las 6 de la mañana las aguas empezaron a descender y a retirarse del interior de la ciudad. A las 11 cesó de llover. Desde lo alto de la Alcazaba pudo apreciarse la magnitud de la crecida, observándose que las aguas cubrían los campos hasta la lejanía, extendiéndose más allá de las carreteras de Alburquerque y Portugal hacia poniente, y de Madrid y Sevillano por el norte y levante. Cuanto se divisaba en dirección Portugal era agua sólamente también. Todos los cortijos y caserios existentes sobre la vega del río estaban cubiertos por las aguas. El panorama era de tal modo una interminable masa de agua, semejante a un mar de la que tan solo sobresalían las copas de los árboles más elevados.

Un par de días después comenzaron a ser visibles los restos más altos del lado derecho del Puente de Palmas. En su estructura aparecen derribados tres arcos, según unas fuentes, y siete según otras. Los arcos destruidos o dañados fueron los que en aquel momento hacían los números 17 a 23, a contar desde Puerta de Palmas, ambos inclusive. Afectando la zona derruida a ser unos 150 metros de la estructura principal de la obra. Los pilares de algunos arcos cedieron de sus cimientos, siendo desplazados de su lugar.

Como ya ocurriera en anteriores ocasiones, Badajoz quedó rodeado completamente por las aguas en todo su perímetro, y aislada del exterior excepto por el precario puente existente en el foso de Puerta del Pilar. La catástrofe fue considerada la más terrible acaecida en la capital pacense desde hacía varios siglos. Múltiples casas se derrumbaron, muchas familias quedaron sin hogar y perdieron todas sus pertenencias, y numerosas personas debieron ser rescatadas mediante barcas. La actuación del benemérito cuerpo de la Guardia Civil, resultó particularmente esforzada y su participación reconocida y destacada por toda la ciudad.

Todas las comunicaciones por carretera, ferrocarril y telegráficas con el resto de España y también con Portugal, quedaron cortadas, permaneciendo Badajoz sin contacto alguno con el exterior durante una semana. Sólo el arriesgado esfuerzo de dos osados pescadores, consiguió superar, en circunstancias de extremo peligro, utilizando unas frágiles barcas de fondo plano, las turbulencias del embravecido Guadiana, y llegar hasta la orilla derecha para comprobar los daños experimentados por la estación de FF.CC. y la incipiente barriada de su entorno. El Ayuntamiento recompensó a los dos pescadores 'a los que la ciudad elevó a la categoría de auténticos héroes' con la cantidad de 250 pesetas. El día 13 se logró restablecer las comunicaciones telegráficas y el correo por carretera.

Cuando por fin bajaron las aguas pudo comprobarse que entre los destrozos ocasionados por la riada, sobresalía el derrumbamiento del Puente de Palmas, obra considerada en la época como "la joya de Badajoz". Con ser tantos los arrasamientos ocasionados, la pérdida del puente se reputó con el daño mayor, dada su "grandísima importancia" para los intereses de la capital. Sin él -señalan las fuentes del momento- es muy trabajoso, sino imposible, el comunicarse con varios pueblos de la provincia y con Madrid y Portugal.

Del puente de Mérida, en esos momentos construido precariamente tras las inundaciones de 1869, se derrumbaron los tramos de madera y parte de los de mampostería, desplazándose también de su lugar algunos pilares. Olivenza, La Albuera, Almendral, Talavera la Real, Puebla de la Calzada, Montijo, y otros pueblos cercanos al Guadiana, sufrieron así mismos graves daños por causa de los desbordamientos del Guadiana y sus arroyos tributarios. La catástrofe se extendió también hasta Portugal, afectando incluso a Lisboa, donde se desplomaron doscientas casas y numerosos pueblecillos de los alrededores desaparecieron engullidos por la riada.

Ante siniestro de tal magnitud, Badajoz reclamó como necesidad urgentísima la inmediata reconstrucción del Puente de Palmas y el ferrocarril de Ciudad Real a Lisboa, aunque sin dejar de traslucir los efectos negativos que de ello podrían derivarse. Los temores expresados hacían referencia, tanto a la posibilidad de que el gobierno central no actuara con la celeridad requerida, como a que la financiación de las obras se hiciera recaer sobre los propios afectados. Veremos -escribía el periódico local "La Crónica" en su número del 8 de Diciembre- que hace el Gobierno ahora por los pueblos de esta olvidada provincia que son víctimas de la calamidad. Nosotros, que somos los primeros en contribuir con hombres y dinero en los grandes conflictos de la Patria, tenemos derecho a esperar esta vez a que se nos atienda por que es muy justo". En esta ocasión es preciso decir que la respuesta fue rápida y eficaz por parte de la Administración, toda vez que en el plazo de cuatro años el puente fue excelentemente reconstruido, sin gravámenes especiales para los extremeños.